Carta abierta. Señor Intendente. ¿De verdad no sabía usted lo de las cajitas?

Señor Intendente, dicen que, si vamos a dejar huellas, por último, que sean bonitas. Hoy usted tiene una gran misión, y es demostrar que no está de acuerdo con toda la basura que hay debajo de la alfombra en el caso “cajitas (in) felices”. Como máxima autoridad regional no puede ser que no tenga información respecto al negociado que se estaba haciendo.

Por una nefasta licitación, que beneficiaba a la empresa Tobar y Tobar, hoy las “canastas” que en realidad son cajas familiares, no están llegando a quienes más lo necesitan, los más pobres y los que están quedando sin trabajo y recursos. ¿Cómo es este servicio público del que tanto se llenan la boca, si apenas surge una oportunidad de aprovecharse, lo hacen?

Este egoísmo malsano que acarrea consecuencias en la comunidad debiera terminarse, es una práctica que se está haciendo costumbre, y lamentablemente, si se opera en forma legal, pocos pueden refutar los hechos, ni la Contraloría puede a veces, cuando la gente pilla actúa a resguardo de la ley. Aunque por ahí dicen, que siempre los ladrones dejan alguna huella.

No entiendo al ser humano ambicioso y enfermo de poder y ego, que sin pensar en los demás, negocia afectando el patrimonio básico, que hoy se traduce a una caja con productos que apenas sirven para paliar un par de días el hambre.

¿En qué momento dejamos de lado la empatía y mirar al otro en una relación de alteridad y con el respeto que todos nos merecemos? ¿Qué hubiera pasado si la Contraloría no interviene? Que un par de personas se enriquezcan a costas de la necesidad es una vergüenza, pero a veces parece que la cara se adormece y ya no se siente ni un rictus cuando se trata de agarrar más poder, pisoteando para abajo.

Imaginando que los de más arriba no sabían de este turbio negocio, esperamos que aclaren los hechos a la comunidad ariqueña, decepcionada de tanta basura y nepotismos sin sentido. Por qué no hacer las cosas bien, aunque los hayan elegido a dedo, se entiende que existe una responsabilidad y un deber con todos los que estamos en la otra orilla.

En este tiempo en que tenemos miedo, en que los seres queridos se nos van sin poder siquiera despedirlos, quedando víctimas del dolor como herencia por mucho tiempo, es hora que nos pongamos en el lugar del otro si se puede.

Para algunos, los privilegiados que ganan millones, y no lo digo con resentimiento, el ejercicio de ponerse en los zapatos del otro debe ser casi imposible, por eso el afán de tener más, los carcome y enfría ante las vicisitudes ajenas.

Dentro de esta orfandad de liderazgos regionales y de rostros que nos den confianza, aún hay algunas voces que van deteniendo este tipo de malas prácticas, ojalá estemos todos atentos, hasta que la dignidad se haga costumbre.

Ada Angélica Rivas

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